· El misterio de la libélula ·

Más leche que café. No prefiero los días nublados pero aún así salgo sin paraguas. Adicción por las tazas, bay biscuits, frazadas e Invierno.

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Desplegó sus alas porque ya no se sentía presa. Miró con detenimiento a su alrededor y ya no habían cadenas que la sostuvieran de aquella prisión en la que se encontraba metida.
Era difícil poder erguirse nuevamente, hacía un tiempo ya que había olvidado que tenía sus extremidades y el impedimento de usarlas hacía que sus movimientos fueran torpes, brutos.
Saltó al borde de la ventana y observó la noche oscura: lograba distinguir con un poco de dificultad que a lo lejos de aquella habitación, había un bosque con una arboleda inmensa. El fresco le pegaba en su cara. Luna llena, noche estrellada.
“Nada puede salir mal. Es tal cual lo recuerdo. Sólo tengo que volar”.
De repente, una serie de miedos empezaron a invadirla.

“¿Qué pasa si al tratar de volar caigo a las penumbras?”.
“¿Y si estando allá afuera, me sucede algo?, creo que estaré mejor aquí, en esta habitación con éstas cadenas. Sé que no es lo mejor, pero de alguna manera ya me siento contenida”
“¿Estoy dispuesta a seguir perdiéndome el viento en mi cara, la arboleda oscura y las noches estrelladas?”.

No. No lo estaba.
Tomó coraje, aferró fuerte sus garras al borde de aquella ventana de esa habitación y miró hacia adelante. Hacía frío y la noche estaba clara y llena de estrellas.

Desplegó sus alas porque ya no se sentía presa y voló. Sin mirar para atrás.

De repente, la canción volvió a sonar. Subió el volumen y comenzó a bailar nuevamente.

Le encantaba creerse un pájaro y, que con su sutileza y libertad, podía volar.
Solía tener un padre que siempre estaba ahí, con una actitud pasiva con respecto a nosotros. No demostraba ni un pequeño atisbo de importancia. Era una figura inquebrantable, capaz de soportar mil Inviernos y que no tenía ninguna necesidad de empezar a derretirse.

Solía tener un padre al cual me daba miedo dirigirme, miedo de pedirle que me vaya a buscar o de que pasase por mi para no tener que sucumbir ante sus constantes negativas.

Solía tener un padre que sus palabras herían más que mil dagas juntas y que auditivamente lastimaron mucho, pero más me marcaron en el corazón.

Solía tener un padre que tuvo muchísimo miedo. Miedo a abrirse, miedo a dejarse ser comprendido y miedo a su soledad. Naturalizó su soledad, al punto de casi mecánicamente preferirla.

Solía tener un padre funcional, no ideal. No estaba ni cerca de serlo y yo, claro está, estaba lejos de ser su hija soñada. Con el tiempo éstas cosas me han durado, las he pensado mucho y las he trabajado en terapia aún más; pero sé muy bien que ese padre que solía tener, actuó como pudo en consecuencia al enorme miedo que sentía y que muchas veces era más fácil agredir que tratar de entender o sanar.


Ahora sé que tengo un padre que encastra conmigo y que sabe muy bien que tiene mil errores que quiere solucionar y por suerte sabe que puede tener mil un virtudes. Quizás nunca he hablado con él de cosas que me han lastimado o hecho llorar en momentos de mi adolescencia inminente, pero sé con claridad que aún puedo contárselas. Sé que quiere mejorar, que quiere estar en paz consigo mismo. Cansa muchísimo estar alejando a todos y enojarse todo el tiempo. Así lo percibía yo, con mucha agresividad guardada y ese eco de cosas que él no sabía poner en palabras, lo heredábamos nosotros, casi a la marchanta.

Si bien los lazos son sanguíneos y muchas veces uno decide crear o no un vínculo, no está demás y nunca es tarde para querer conocerte. O reconocerte.
A veces uno se conoce por segunda vez.
Si me voy a quedar sin aire, que sea por reírme de algo gracioso que alguien dijo. Tan gracioso que sienta necesario el hecho de tener que tumbarme al piso para recobrar el aliento.

Si me van a caer lágrimas, que sea porque somos amigos hace mucho y lo logramos. Logramos estar felices y tu felicidad es casi tan plena como la mía y que vos puedas sentir lo mismo con respecto a mi.

Si voy a sentir que me falta el aire, que sea porque me quedé estupefacta viendo uno de los paisajes más lindos. Esos que te dejan levitando y con la mente volando. O, ¿por qué no?, un abrazo de esos que están llenos de "te extrañaba", que me arranquen los suspiros de mis pulmones y que no quiera hacer otra cosa más que reposar en ese momento, en esos brazos.

Si voy a quedarme sin palabras, que sea por escucharte y por comprenderte. No para tratar de responderte algo más inteligente y que te deje herido, lleno de tristeza.

Si me voy a quedar con todas éstas condiciones, que sea llena de vida.


Aún sigo deglutiendo la última sesión psicoanalítica y a veces me hago agua por doquier.
Estoy muy sensible y todo me lastima el doble, me hace llorar y los abrazos son la mejor de las curas. 
Estoy empezando a aceptarme. De a poco estoy queriendo salir de mi.
Me tuve tan latigada, maltratada y dejada de lado que me resulta dificil entender que hay un mundo mejor, lleno de amor y afecto.

Hay días que tengo más fuerzas que otros. Hay días en que tengo más fe que otros, pero son días. 
Ojalá dentro de poco mire para atrás y vea con alegría y mucha gratitud todo ésto que me ayudó a superarme y a entenderme un poco más. 

Hace poco tuve la suerte de ir a visitar a mi amiga que vive en Ayacucho y me realizó un test para saber que tipo de inteligencia tenía. Casualmente la mía era la Musical y lo único que me faltaba para poder cumplir mis sueños y empezar a hacerlos reales era el Valor. Tiré los dados y eso me dijeron. 

Me pareció super sorprendente como algo completamente librado al azar, dijera algo que a mi me venía faltando hace tanto. 

El punto es que estoy tratando de adquirirlo. De a poco pero intentando siempre. 
Quiero ser libre. 
Quizás, con el tiempo, te tenga que agradecer a vos.
Sí, a vos.
A vos que llegaste en un paracaídas y pese a los cactus, aterrizaste.
Creo que una de las cosas más difíciles debe ser tratar de dar el primer paso.  Lo tratas de medir a primera vista y pareciera que hubieran kilómetros y kilómetros de distancia. Si, visto desde la mirada de una hormiga.
Buenas noticias resultaron ser al percatarte que ese abismo que te separaba de ese acto de valentía, terminó siendo una zancada y todo ese miedo que fue aire para inflar el pecho porque a lo hecho.
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