· El misterio de la libélula ·

Más leche que café. No prefiero los días nublados pero aún así salgo sin paraguas. Adicción por las tazas, bay biscuits, frazadas e Invierno.

Home Archive for agosto 2016
Hace mucho tiempo que no me sentía tan desnuda e inestable a la vez.
Ayer salí dando tumbos de mi sesión terapéutica. Salí completamente perdida, demasiado triste, con los ojos hinchados de tanto llorar. Un llanto lleno de congoja, ese que viene de bien adentro, ese llanto que finalmente descubre algo que no veía.
Empecé a caminar para tomarme el colectivo que me acercara a mi casa.
Mareada de mis propios pensamientos, llegué a la esquina y vi en la pantalla de mi celular que una de mis amigas estaba en yoga.

"No voy a poder pedirle que nos veamos antes de la cena, tendré que esperar"

Me quedé parada en la esquina sin saber que hacer. Sabía muy bien que a mi casa no podía llegar así, toda desarmada, porque me preguntarían qué era lo que me sucedía y yo no tenía ganas de hablar siquiera.

"¿Y si voy directamente a lo de Maru y no espero a nadie y me tomo un remis y la ayudo a cocinar así ella me ayuda a no pensar?"

No. No. No.

Prendí un cigarrillo.
Caminé para cruzar el puente que está sobre Panamericana y espere un colectivo como todo el resto que ansiaba con llegar a su casa, yo no. Yo no quería llegar.
Miré la Luna. Toda enorme, toda brillante. Era una noche hermosa. ¿Cómo algo tan lindo podía ser la culpable de mi llanto y de mis descubrimientos personales?
No, claro que no. Ésta soy yo. Yo cargando con mis propios miedos.
Ésta cruz la cargo yo sola y de ésta voy a salir.

"6,75, por favor".
 Caminé hasta el fondo y me senté en uno de los asientos solitarios hecha un bollito y me quedé ahí. Completamente sedada. Completamente vacía y exprimida de tanto dolor.

Sólo pensaba en una sola cosa.
Pensaba en que no me parecía casual ver a mis amigas ese jueves, que se generó como una costumbre de juntarnos a cenar luego de mi sesión de terapia y que dentro de toda esa oscuridad, hay un rayito de luz.


La verdad es liberadora.
Ese momento en el que uno trata de buscar las mejores palabras para poder relatar lo que siente o lo que le pasa.
Sólo muy pocos pueden enfrentarse a ella, sólo otros pocos están dispuestos a recibirla.
Sí, eso es cierto.
Ésta te relaja o te condena, transforma tu espalda en una joroba de un camello y cambia tus tobillos a dos cubos de concreto que no te dejan caminar. No te deja respirar, te arrastra hasta el peor recoveco de tu alma. Te aprisiona, no te permite ser vos, no te deja desperezarte. Te roba la sonrisa y te invita a llorar por cosas que uno ni sabe por qué pero el nudo aparece y hay que atenderlo.
El momento silencioso que precede a querer vomitar lo que tenes, esa carga silenciosa que sólo vos sabes que cargas.
Lo más lindo es que cierra muchísimas puertas pero no deja de abrir ventanas.
Hay que ventilar muchas veces, por más de que haga muchísimo frío afuera.

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