· El misterio de la libélula ·

Más leche que café. No prefiero los días nublados pero aún así salgo sin paraguas. Adicción por las tazas, bay biscuits, frazadas e Invierno.

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"¿Sabes qué pasa en realidad? Estoy harta de sentir que no sirvo para nada.
No es la plata. Bah, desafortunadamente la preocupación más grande es la plata. Este trabajo me paga cosas y demás, pero no tiene nada que ver a mi.
No me impulsa ni me hace feliz. Entonces me siento un pez colgado en un árbol.
Mi agua está en las clases de canto que di el miércoles pasado, en este viaje que tengo pensado hacer, en la fecha de este sábado en el Matienzo, en cada acústico que organizamos con Marian, en Avellaneda yendo a comprar ropa con Maru, arriesgándome a que salga todo mal pero puedo decir que es algo mio y que me equivoqué, que no me asfixié ni me morí por haber salido de lo conocido por primera vez en mi vida"

Apenas abrió sus ojos permaneció callado observando el techo.
No emitía ningún sonido, sólo miraba a la nada con sus brazos cruzados entre sabanas.

"Soñé muchas cosas feas" - me dijo.

"¿Qué soñaste?" - le pregunté mientras le acariciaba el pelo.

"Soñé que estábamos en mi auto, pero en el primero que tuve, un Taunus. Me acompañabas a hacer un trámite o algo así. Vos te quedabas en el auto y yo bajaba. Me acercaba como a un pequeña casilla y ahí adentro había un señor que atendía. No sé cómo explicarte pero ese tipo, apenas lo ví, me transmitió mucho miedo. Como que era malo, tenía algo feo. El tipo me hablaba y lo único que logré escuchar fue un 'ahora cagaste' mientras él te miraba. Me daba vuelta para ir a buscarte y ya no estabas. Ni vos ni el auto. Fue horrible porque te llamaba por teléfono y no me contestabas, no sabía donde buscarte. Era desesperante. Esa fue mi pesadilla."- me contó aún conmocionado.

"No sabes lo lindo que fue abrir los ojos y verte dormir al lado mío"- agregó.


"Éste capítulo me hizo llorar"-le dije mientras estaba envuelta en su abrazo dominical.

"¿En serio? ¿Por qué no me avisaste? ¿Qué partes te pusieron así?"- me cuestionó un tanto 
sorprendido, no dejando de rodearme con sus brazos.

"La parte en que discute con la familia y la muerte del cuñado, fueron terribles"-dije.

"La próxima me avisas así te lleno de besos y mimos, amor"
Tengo tanto qué decir que no sé por dónde empezar.


Probablemente esté a horas de cumplir y vivir en carne propia lo que siempre deseé.
Lo que siempre imaginé que querría pasar cuando sea grande.
Caminar por una playa durante la noche, tomada de la mano con la persona que sea que me acompañaría. Esa persona debería quererme y cuidarme, reiterarme lo bella que soy de cuerpo y alma y llenarme de besos minúsculos distribuidos torpemente en cada rincón de mi cara.
Aquella persona tiene que querer estar conmigo y por varios minutos de su vida, sólo preferir quedarse. Querer hacerse bollito conmigo y solo sentir nuestros pechos al unísono.
Los mimos en el pelo. La música de fondo. Los vasos vacíos. El sahumerio encendido. Las ganas de quedarme. Los deseos de no querer irme. Despertame para cambiar de lado y darme cuenta que no te estaba abrazando y rápidamente rodearte con mi brazo. Abrir mis ojos y ver que me observabas dormir hacía un rato, solo que ahora me sonreís.
 Quizás lo más lindo que quiera decirte en éste momento es que te quiero y que te quiero cuidar.


Remolonear me parece una hermosa palabra sobre todo si es de a dos, y qué decir si es con vos.
Mirarnos durante varios minutos sin ver nada más que tus cejas tupidas, tus labios rosas o escuchar tu risa desfachatada.
Es querer estar ahí y probablemente en ningún otro lado. Es levantarme para ir al baño para automáticamente querer volver para estar en el otro costado.
La monarquía yace bajo tu única mesa de luz pero me resulta dulce que siempre estés dispuesto a pasarme el vaso con agua.

Remolonear un lunes y hacerlo parecer un domingo.

Magia es lograr eso y mágico es que me invites.



Era Domingo a las dos de la tarde y nos encontrábamos caminando por la Avenida Rivadavia cuando de repente me miraste a los ojos y me afirmaste con un: "te gusta mi barrio, eh", mientras que yo, no queriéndote dar la razón, sólo atiné a sonreír.

"¿Te gusta leer?" le pregunté, porque hacía unos minutos habíamos pasado por una feria de libros usados.

"Sí, hace bastante que no leo igual. Estuve leyendo un libro de Dolina pero lo tengo ahí tirado en casa. Me gustaba leer mucho Cortazar".

"¿En serio?" -lo miré extrañada- "Lo que tiene Cortazar es que es muy complicado de entender a veces".

"¿A vos te parece? Las veces que lo leí no me pareció. Bah, leí una recopilación de cuentos de él."

"Claro. Rayuela, por ejemplo, es un tanto complejo. Es mi percepción igual. Y ahora que nombras ese compilado de Cortazar, ¿cuál fue el que te gustó más?"

"Uno que se llama "La continuidad de..., no recuerdo bien"

"De los parques- terminé el título por él- Es mi preferido ese también"


Una vez leí por ahí que los libros nos recomiendan a las personas y no al revés

Supongamos que sí, que realmente sea así; pero para mí lo más curioso de aquel momento fue que mientras manteníamos ese debate del cuento, nos empezamos a adentrar al Parque Rivadavia.
"¿Alguna vez te dijeron que sos muy tierna y sexy a la vez? ¿No? Ellos se lo perdieron. Altos giles."
Una vez me invitaron a un asado, a la casa de un muy amigo mío para pasar el domingo con su familia, y allí compartí mesa con su hermana por primera vez.
Ella me observó de arriba a abajo y se acercó a la oreja de su novio sin correr su mirada de mi y le susurró de manera muy clara: "Tiene pelo de concha" en lo que buscaba complicidad con su pareja.
Otra vez, en un asado en ese mismo hogar, el padre de mi amigo quiso hacer un chiste poco gracioso diciéndome que podía sentarme tranquila en las sillas de plástico porque él las había mandado a reforzar antes de que yo me presentara al evento.
Una vez en el colegio, mi profesora de matemáticas me preguntó de manera muy seria si mi madre cubana había llegado a las costas atlánticas bonaerenses nadando. Con aquella pregunta le negó a mi vieja todo el derecho de poder viajar como una persona normal, sentada en un avión y dando por sentadas varias cosas, pero no. Prefirió pensar otra cosa.
Una vez cuando volvía de bailar con mis amigas, pasamos por delante de un grupo de muchachos que estaban riéndose y tomando entre ellos y dentro del jolgorio uno se encargó de hacerme saber con un "GORRRRRRRRRRRRRRRRDA" que eso era, así con muchas erres, tantísimas que a mi me dejaron llorando cuando llegué a mi casa.
Una vez le dije a mi madre entre lágrimas que no quería ir más a inglés, que no quería seguir yendo. Ella me preguntaba porqué y yo sólo le decía que no me parecía, pero lo que ella no sabía es que la clase anterior alguien había dibujado un cerdito en un papel y que debajo de esa ilustración habían puesto mi nombre mientras se pasaron esa hoja entre los pocos que eramos.

¿A qué quiero llegar con ésto?

Sinceramente a nada. Pero esas cosas fueron las que a mi me enemistaron conmigo misma y que hoy llevo con mucho orgullo, con orgullo de sentirme querida.
Querida por mi.
Y por más que me muera de ganas, que me desarme, que me arañe, que me revuelque, que me contenga y que me vuelva a contener; ésta vez se dice "No" y se pronuncia "Amor propio".
Hace un mes que volví de mi reencuentro con mis raíces y no quería dejar de escribir ni mucho menos dejar de mencionar.
Un amigo, unos días antes de mi partida, me regaló un cuadernito con una pequeña nota que decía "anota cosas chicas, ya tendrás tiempo para detallar". Claro, así mismo fue.
Pensé que podría hacer una suerte de bitácora y casi religiosamente anotar cualquier cosa que se me atravesara por la cabeza pero no, no fue así. No quería dejar de mirar.
Sólo escribí durante los vuelos y en las horas de escalas, donde uno quizás tiene un poco más de tiempo para reflexionar y demás.
No obstante, pasó algo que no sabía que sucedería: Cuba me recibió con los brazos bien abiertos, en forma de un familiar que no ves hace 16 años, con forma de sabores que no probabas desde aquél entonces, con las calles y las casas despintadas de la misma manera,
Parecía a propósito, Cuba quedó así para que yo no me pierda entre sus calles ya caminadas y para recordarme lo hermosa que es, de lo carismática y de lo fotogenica.

El avión pisó por primera vez el aeropuerto Jose Martí y yo ni siquiera me esforcé en esconder las lágrimas de emoción. Claro, ¿por qué querría hacerlo? No había motivo alguno. El esfuerzo que requirió poder irnos los tres para experimentar todo a la vez. ¿Qué no voy a llorar?

Mis amigas con nuestros 10 años, ahora tenían la experiencia y las ganas de hablar de cosas mucho más maduras. Ya no nos juntábamos a las diez de la noche a jugar a la Rayuela, eramos grandes. Sin perder la confianza que nos teníamos, hablábamos como si la relación hubiera estado en pausa, como esa canción que a uno tanto le gusta y espera pacientemente la mejor parte de la misma, así. Eso era lo mejor. Nuestra mejor canción.

Conocí a la nueva generación de mi familia, aquélla que logrará grandes cosas. A los recién nacidos, a los de pocos años y a los que tienen unos varios más que cuidan a los más pequeños.

Salí a caminar con mis primos. Nos fuimos de rumba, una prima mía es historiadora y me mostró Centro Habana con sus ojos.

Me maravillé con las calles que rodean a la Plaza Vieja, cerca de donde vive mi tía Isel, son preciosas. Calle Sol.
Pero, ¿sabes qué? La calle Sol es muchísimo más linda vista desde la altura que te brinda un balcón, su balcón.
A veces sólo nos sentábamos a tomar una cerveza y mirar lo que hacía la gente.

La Habana nunca está en silencio, es muy estruendosa. Los vecinos se hablan de un balcón al otro, los autos tocan bocina porque la gente siempre camina por el medio de la calle. Los más viejos sacan sus mesas y arman un Dominó de a cuatro en lo que beben ron siendo las dos de la tarde y ¿qué más da? Cuba es caos.
Es esa sonrisa que te devuelven mostrando todos los dientes.

"Éste viaje tiene que ver con tu corazón, no con tu mente"
Caminábamos lo más rápido que podíamos, lo que el limitado horario del break nos permitía.
Estábamos yendo a comprar comida e íbamos entusiasmados hablando de cosas tribales en lo que de repente nos cruzamos con una pareja que trabaja donde nosotros y el masculino nos grita de manera jocosa:

"¡Ojo ustedes dos, eh!"

"¡Cuba es mi amante!" - le responde mi acompañante refiriéndose a mi en lo que yo me reía por lo bajo.

No recordaba muy bien lo que hablábamos anteriormente pero de repente su expresión cambió y en lo que me miraba me dijo:

"Vos podes decir lo mismo de mi, ¿sabes?"
Un día las estrías desaparecieron. Esas pequeñas lombrices blancas que no me dejaban poner bikinis.
Con el tiempo mis brazos disminuyeron su masa, su grasa y decidieron lucirse joviales en los vestidos más lindos que me permití comprar.
La panza, como ese abdomen tan codiciado, amaneció con todos los músculos marcados, chato como la mismísima llanura pampeana.
Mis piernas duras como rocas, no tenía absolutamente nada que envidiarle a la Serena, esa la Williams, sí.
¿Qué pasó? No sé.
Sólo sé que el espejo un día me mostró mi mejor versión, la que un día yo estuve dispuesta a descubrir.
"La puerta tiene sus mañas, es mucho más fácil abrirla que cerrarla. En algún momento te explico bien cómo es"-me dijo mientras sacudía la puerta para que la llave hiciera el click final.

Aquella puerta de madera pesada palermitana no le hace justicia a todo lo que escondía detrás. Un pasillo largo con varias puertas del lado izquierdo que dan lugar a que más viviendas se filtren por allí. Al fondo del corredor se puede observar una reja que protege la puerta siempre abierta de unos vecinos que dejan que su pequeño hijo de unos cuatro años se cuelgue de los barrotes y le grite a todos los inquilinos que se disponen a subir a la planta alta un "¡mala! ¡mala!". Siempre dice la misma palabra. A veces divertido y otras enojado pero la misma al fin.

Lo que más me atrapa de ese conventillo bonaerense son los olores que cada casa despide a medida que vas atravesando el pasillo: olor a perro, olor a humedad, olor a perro mezclado con lo fétido de la humedad, olor a madera mojada, olor a bife haciéndose en una plancha , olores de las distintas vidas de cada persona.

Soy una persona curiosa y bastante observadora. Me gusta mirar y más cuando quedan pequeñas rendijas de ventanas abiertas y es por eso que no puedo negar que Ellos me llaman muchísimo la atención.
Ellos viven en la puerta del medio, siempre tienen la ventana abierta y siempre pero siempre, casi religiosamente, hay olor al humo que larga una plancha al entrar en contacto con un trozo de carne. Siempre. Siempre tienen puestos dos individuales que tienen la distancia suficiente como para remarcar que cada uno tiene su asiento asignado hace años y que ambos lugares tienen buena vista a la televisión que está siempre prendida. El canal de Intrusos siempre está puesto, como si estuviera prohibido cambiarlo y ambos comen y miran en silencio.

Éste año nuevo que pasó, nuestras amigas nos invitaron a pasar la fiesta allí aprovechando que tenían una hermosa y amplia terraza. Todos accedimos encantados pero con lo que no contábamos fue con el calor pegajoso e inhumano que hizo, obligándonos prácticamente a pasarlo en una de las tantas habitaciones que la casa tiene.
"Ustedes no se dan una idea lo nerviosa y lo mal que me puse hoy a la tarde" - dijo una de las dueñas de casa en lo que se servía más cerveza en su vaso- "Los vecinos de abajo no paraban de discutir. Se gritaron cosas horribles y no paraban de tirar cosas ni de gritarse ni de dar portazos y ¡Uf! Realmente me dejó muy mal."


¿Sobre qué puede discutir tanto una persona que come en silencio con otra y se la pasa viendo Intrusos?

Ellos ven la tele, la sobremesa es eso.

"¡Qué mina tarada ésta Barby Velez! ¡Yo no lo puedo creer! ¿Cómo le va a meter los cuernos? ¿A vos te parece que puede hacer una cosa así? - la mira a su mujer de cabellera rubia, ella al mismo tiempo mueve ligeramente la cabeza dando una negativa y mostrando su indignación al respecto.

Sucede que ellos cuestionan las vidas de otros. Hablan de otros, insultan y se indignan sobre los otros. Comentan y opinan sobre otros. Nunca de ellos. Nunca hablan sobre ellos, sólo se gritan, se pelean, se callan, comen bifes, prenden la tele, salen de compras con la bolsa de tela, abren y cierran aquella puerta palermitana de madera, esa costosa que no cierra bien.
Se entretienen con la vida de los otros y, mientras tanto, descuidan su propio vínculo, ese que es tan frágil como el envase vacío de cerveza que yace en la mesa del comedor.

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