Cuba, qué bella es Cuba.

Hace un mes que volví de mi reencuentro con mis raíces y no quería dejar de escribir ni mucho menos dejar de mencionar.
Un amigo, unos días antes de mi partida, me regaló un cuadernito con una pequeña nota que decía "anota cosas chicas, ya tendrás tiempo para detallar". Claro, así mismo fue.
Pensé que podría hacer una suerte de bitácora y casi religiosamente anotar cualquier cosa que se me atravesara por la cabeza pero no, no fue así. No quería dejar de mirar.
Sólo escribí durante los vuelos y en las horas de escalas, donde uno quizás tiene un poco más de tiempo para reflexionar y demás.
No obstante, pasó algo que no sabía que sucedería: Cuba me recibió con los brazos bien abiertos, en forma de un familiar que no ves hace 16 años, con forma de sabores que no probabas desde aquél entonces, con las calles y las casas despintadas de la misma manera,
Parecía a propósito, Cuba quedó así para que yo no me pierda entre sus calles ya caminadas y para recordarme lo hermosa que es, de lo carismática y de lo fotogenica.

El avión pisó por primera vez el aeropuerto Jose Martí y yo ni siquiera me esforcé en esconder las lágrimas de emoción. Claro, ¿por qué querría hacerlo? No había motivo alguno. El esfuerzo que requirió poder irnos los tres para experimentar todo a la vez. ¿Qué no voy a llorar?

Mis amigas con nuestros 10 años, ahora tenían la experiencia y las ganas de hablar de cosas mucho más maduras. Ya no nos juntábamos a las diez de la noche a jugar a la Rayuela, eramos grandes. Sin perder la confianza que nos teníamos, hablábamos como si la relación hubiera estado en pausa, como esa canción que a uno tanto le gusta y espera pacientemente la mejor parte de la misma, así. Eso era lo mejor. Nuestra mejor canción.

Conocí a la nueva generación de mi familia, aquélla que logrará grandes cosas. A los recién nacidos, a los de pocos años y a los que tienen unos varios más que cuidan a los más pequeños.

Salí a caminar con mis primos. Nos fuimos de rumba, una prima mía es historiadora y me mostró Centro Habana con sus ojos.

Me maravillé con las calles que rodean a la Plaza Vieja, cerca de donde vive mi tía Isel, son preciosas. Calle Sol.
Pero, ¿sabes qué? La calle Sol es muchísimo más linda vista desde la altura que te brinda un balcón, su balcón.
A veces sólo nos sentábamos a tomar una cerveza y mirar lo que hacía la gente.

La Habana nunca está en silencio, es muy estruendosa. Los vecinos se hablan de un balcón al otro, los autos tocan bocina porque la gente siempre camina por el medio de la calle. Los más viejos sacan sus mesas y arman un Dominó de a cuatro en lo que beben ron siendo las dos de la tarde y ¿qué más da? Cuba es caos.
Es esa sonrisa que te devuelven mostrando todos los dientes.

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