Yo: Ya sé que estás pensando que no se me puede decir nada...
Él: Sí. Yo: Bueno, ¿de qué otra cosa te gustaría hablar?
Home
Archive for
2022
A la madrugada del día de hoy, Rusia le declaró la tercera guerra mundial a Ucrania.
A esa hora, comenzó a invadir territorio ucraniano, mientras yo dormía plácidamente.
Me desperté con el mundo aún más caótico.
Sé que estás en una peor que yo o no lo sé, sinceramente ya no lo sé.
Te veo subir historias más frecuentemente y me alegra saber aunque sea 15 segundos de vos, que estás bien.
Hoy me desperté y el mundo era un poco más caótico que ayer y entre tanta parafernalia, quiero hablarte, quiero que estés cerca.
Quizás estos son los momentos turbulentos donde posiblemente uno reconozca en el otro, un poco de piso.
Qué loco leer la oración “amor, no te parece que vas a necesitar la ropa de acá a marzo?”
No viene de un amigo ni de mi mamá. Me lo dijo así con toda la naturalidad del mundo. Como de quien se preocupa y piensa de que verdaderamente estés exagerando y que vayas a necesitar esa ropa.
Hacía mucho que no me decían “amor”.
Quizás vengo extrañando esa cotidianidad en las charlas. De hablarme con alguien de manera fija con quien compartir dudas, pensamientos y sucesos del día. Una complicidad tácita de saber que hay alguien ahí dispuesto a leerme y a contestarme de manera dulce y tierna.
Con esto no vengo a querer engancharme, no. Simplemente lo pongo en el tablero, confirmo lo lindo que es.
Que sé yo.
Tengo tanto que hacer, enamorarme no es una de ellas.
Por favor, no me enamores.
Es raro no recibir un mensaje tuyo, ni que yo te escriba.
Es extraño no saber de vos ni que sepas de mis días.
El deseo está, claro; pero no es por ahí. La ansiedad disminuyó plenamente, te diría.
Toda esa bola de malestar que sentía aferrada a algo que pudiese ocurrir, me carcomía.
Soy una persona que cree firmemente que la comunicación construye puentes o termina de sacar los escombros. A veces los “no” son más tolerables que los “sí”. Probablemente un "sí" en tu situación no hubiera sido más rosado, al contrario.
Considero que habría traído mas incertidumbres al panorama nublado que ya teníamos.
Preferí correrme, pese a que lloro día por medio y no entiendo muy bien porque.
Lloró quizás la idea que me armé de vos o lo que yo deseé que fueras para mi.
No deja de ser dolor, pero sé muy bien que se va a ir disipando. Cada vez me costarás menos y mientras tengo sexo con alguien que no sos vos, seguramente aparezcan algunas lágrimas tímidas pensando que lo podrías ser.
Pero nada, acá estoy. Entiendo todas estas cosas; las proceso, las asimilo y sé que voy a estar bien.
Ya lo estoy.
Mientras tanto, lloro día por medio.
Sé que no hay tierra firme con vos. Lo que tenes de tóxico, lo tenes de hipnótico.
Sos como la lámpara que encandila a los bichos voladores, que se van acercando de a poco aceptando que si tocan la luz, se queman.
No sé en qué momento desplegué las alas, pero acá me encuentro luchando con un millón de cosas que siento, que quiero decir y sé que no es el momento ni la persona.
Qué cosa loca es el amor. Como si no bastara atravesarlo solo sino que además, tenes que coincidir con la otra persona. Encastrar emociones y sentimientos.
Darlo parcialmente, preocuparte por el otro.
Con vos no hay tierra firme y yo desplegué mis alas a esa luz cegadora.
¿Será que estamos dispuestos a encontrarnos en alguna ramita, de algún árbol en algún lugar?
Salimos a caminar y me pediste por favor si no te podía comprar un cuarto de helado.
Vos no podías ingresar porque estabas enfermo, pero aún así me diste el dinero y me dijiste los gustos que querías.
"Dulce de leche con Oreo y chocolate amargo"
Entré a la heladería con el billete hecho un bollo en mi mano y me dispuse a hacer la fila.
Le informo a la cajera lo que quiero, me da el vuelto y un ticket el cual debía presentar para que me preparasen el pedido.
Yo estaba en mi mundo, pensando por demás quizás en no olvidarme los dos gustos que me habías solicitado. Últimamente ando muy dispersa y me cuesta mantener el foco en un solo pensamiento. De repente, como si nada, apareció una chica travesti con una bola de energía que a todos los presentes nos tomó por sorpresa.
"Disculpa, tengo muchísimo cambio, ¿te sirve?" - le dijo a la cajera con una seguridad y con un tono de voz que era prácticamente imposible decirle que no - "Tengo quinientos pesos en cambio, para ser exacta", le recalcó.
"Sí, me sirve"- le dijo la cajera tímidamente.
Ámbar, porque así era el color de sus lentes de contacto, se acercó, abrió su riñonera y dispuso de todo lo que había adentro sobre la mesada de la caja. Eran todos billetes hechos pelota, algunos mojados, otros medio rotos, algunos abollados, pero ahí estaban: los quinientos pesos fragmentados.
"Disculpa, pero acá hay 490 pesos"
"Uy"- respondió Ámbar que estaba apoyada con sus codos en la mesa, haciendo revisión de todo su dinero, de su capital, de su ganancia quizás, de sus ahorros, no lo sé- "¿No me prestas 10 pesos? - le pidió a un hombre que estaba al lado de ella.
El hombre asintió y se los dio.
Tomó sus quinientos pesos y se salió con el mismo apuro con el que entró.
En el interín, yo que estaba super atenta a la escena, la heladera me devolvió a tierra entregándome el cuarto de helado en su bolsa, lo agarré y me fui.
Le di a mi amigo lo que le correspondía y allí estaba Ámbar, caminando con su pollera corta y una remera de red con un top por debajo de eso. De repente se nos acercó.
"Chicos, una pregunta. ¿Dónde para el 161 que va para el Hospital de Vicente Lopez?"
"Mira, tenes que caminar un par de cuadras hasta Hipólito Yrigoyen, cruzas y ahí esta la parada"- le respondimos entre los dos.
"Gracias"
Y así la vimos a Ámbar. La llamé así por el color de sus lentes de contacto.
Clavé la mirada con ella cuando nos pidió esa indicación. No estoy segura si habrá entendido lo que le respondimos, estaba abstraída en otras cosas, se la notaba brusca, apurada, queriendo que le dieran un billete de quinientos en lugar de todos esos bollos de billetes de diez y de veinte. Dentro de toda esa ansiedad y apuro, noté que estaba rota y sola. Me volví a mi casa pensando. Con la esperanza de que ojalá esa indicación que le dimos, la hiciera sentir menos perdida.
Todos los días “estás del orto”.
¿Sabes que me pasa con eso? Sucede que, desde que tengo memoria, mi viejo siempre estuvo del orto y mi hermano también y yo probablemente también.
A mi hermano y a mi papá, yo no los elegí, pero a vos si.
¿Por qué tanta inaccesibilidad?
Crecer en una casa donde siempre hay un integrante que está del orto no es fácil. Somos como sahumerios: una vez que nos encendemos, empezamos a irradiar una energía de mierda inundando toda una habitación. De repente, sin quererlo, estamos con ese humor del cual no podemos escapar.
Nos posee.
Todos tus días son del orto. El tema es que estás tan sumergido en estar como el culo que mis oraciones pasan desapercibidas. Todo lo que te quiero contar o te quiero comentar pasa a un tercer plano. De un momento a otro, todas las situaciones te tocan por la tangente y sin querer estamos empapados de vos, de tu día de mierda, de tus anécdotas. Y yo, que sin poder verte ni tocarte, me transformé lentamente en un teléfono que no hace más que escuchar, estar de turno, de guardia. Como quien no quiere la cosa, me transformé en tu 0-800.
La química que sentí con vos, no la había sentido con nadie.
Es más, cuando mis amigos me contaban lo que era sentir piel con alguien, yo los miraba azorada, prestando toda la atención del mundo porque jamás me había pasado de vivir eso.
Esa sensación de querer estar con el otro, de querer tocarlo, sentirlo, verlo desnudo, probar su piel.
No podía parar de besarte. Tu saliva era elixir, una sed inagotable que me azotaba como un oasis insaciable.
Estaba frenética pero vos… Vos también.
Nos mirábamos a los ojos todo el tiempo, apreciándonos con las retinas dilatadas por el placer.
Supongo que fue solo eso. Esa noche. Esa complicidad.
A los pocos días me dijiste que estabas saliendo con alguien y que eso te hacía sentir raro.
Pese a tu sinceridad, me confesaste que aún así querías volver a verme.
No lo sé.
Ya no me hallo más en las palabras de la gente, soy profeta de las acciones.
Por mi parte, todo lo que sale de mi boca es real. Mis oraciones se hilan con lo que hago. Constantemente.
Soy libre y presa de lo que pulso.
¿Cuándo es el momento exacto donde uno siente que se esta enganchando?
¿Hay algún especie de aviso? ¿Un momento clave en el cual uno pueda percatarse de eso?
No lo sé.
Lo que sí pude identificar con total atención fue el momento justo en el cual te quise besar.
Habíamos ido a comprar unas cervezas porque nos habíamos quedado sin y yo sin ningún tipo de drama, agarré las llaves de mi auto, me las colgué en el dedo índice y te dije: "Tomá, maneja vos".
Extrañado las agarraste y comenzaste a conducir.
Llegamos al kiosco, compramos las birras y yo me senté nuevamente en el asiento del acompañante.
"Te voy a hacer un mini tour".
"Bueno, dale"- me puse el cinturón de seguridad y me abrí una lata.
Paseamos un rato y bajaste la ventanilla para poder señalarme con mayor exactitud los lugares por los que estábamos pasando.
Viviste toda tu vida en ese barrio y se notaba a la hora de tus explicaciones, me contabas todo con una pasión y naturalidad que creo que ahí fue.
Te miré fijamente sin que vos lo supieras, mientras le daba un sorbo a mi cerveza.
Ahí lo supe.
Entendí que combinabas a la perfección con mi auto, con mi personalidad, con mi forma de ser. De repente todos esos prejuicios me los fui tragando como la cerveza roja que estaba bebiendo. Uno por uno.
Y entendí, o mejor dicho, me dejé entender, que tus besos fueron los más dulces que alguna vez probé y que me encanta estar con vos.
Ese día estabas rebosante de alegría, de brillo.
Desbordabas dulzura y energía.
Ese día estabas conectado con vos y por ende, lo estabas conmigo.
Hablabas con una elocuencia que a cualquier geminiano le habrías sacado ventaja por afano.
Ese día no parabas de moverte, de vomitar generosidad.
Estabas atento a que a mi no me faltase nada, a que estuviera cómoda.
Ese día quizás fue un misterio.
Quizás ese día fue un pantallazo de lo que no serías los siguientes días.
Quizás ese día no se vuelva a repetir.
Quizás ese día haya quedado suspendido en el aire, como una memoria que no termina de encajar si estuvo bien o estuvo mal.
Quizás ese día no eras vos.
Quizás ese día fuiste alguien que a mi me interesó pero que con el paso del tiempo, se transformó en una calabaza y yo como Cenicienta, me quedé buscando el zapato.
Quizás ese día no se vuelva a repetir pero…
Suscribirse a:
Entradas
(
Atom
)