Segundas impresiones

Tengo una muy amiga mía que vive en el interior de Buenos Aires, Ayacucho. Habitualmente nos solemos ver una o dos veces al año. Tácitamente es como que viajamos una vez cada una y eso esta muy bien porque yo me empapo de la tranquilidad del campo, de la hospitalidad de la gente y de tomar unos mates en el pórtico de su casa o de sólo limitarnos a llevar tereré a la plaza con el cubo de la generala y algo para anotar. Cuando ella viene le ofrezco lo estruendoso de la ciudad, la visita a los distintos bares y le presento lo poco de verde que tengo por acá; en la costanera de Vicente López.

En Octubre sorpresivamente recibí una llamada de ella en la cual me informaba con gritos de felicidad y vítores que se iba a casar con Facundo, su actual novio. Traté de disimular mi sorpresa y mi desconcierto obviamente contentándome por ella y deseándole mucha suerte pero aún así no podía sentir ese jolgorio que ella me trasmitía. A él lo había conocido en un momento bastante duro de su relación. Ella me contaba las cosas que le molestaban y herían y yo, inevitablemente, no podía sacar una conclusión muy objetiva al respecto ya que él estaba hiriendo a mi amiga y eso no se hace. Condicionada ya por los reproches de mi querida amiga, mi trato hacia él era muy seco e incluso llegué a detestarlo. No le prestaba ni dos segundos de mi atención y cuando así era, todo lo que salía de su boca estaba mal.

El punto de la situación es que mi amiga me invitó al casamiento para que fuera como "dama de honor". Menuda sorpresa. No sólo tenía que hundirme en la expedición de tratar de conseguir un vestido azul sino que debía sacar los pasajes con antelación y verle la cara a Facundo. Convencí a una amiga mía para que me acompañara y así se me hiciera más ameno el viaje. Y fui. Y llegué. Y esto fue lo que pasó que no esperaba.

No tengo palabras para expresar lo que sentí en ese momento. Verle la sonrisa tatuada a mi amiga y verle la mirada a Facundo cada vez que la miraba; enamorado, admirándola y con tanto amor para darle. Supe ahí, en ese instante de que había sido muy dura con él y que otra vez me había dejado llevar por un juicio completamente erróneo y prestado. Yo no había sacado tales conclusiones sino que me dejé llevar por las quejas de mi amiga.

El broche de oro fue casi al final de la fiesta, cuando me encontré con Facundo en la barra. "Muchas gracias por venir, de verdad. Sabes muy bien que las puertas de nuestra casa siempre están abiertas para vos"- me dijo y concluyó sus palabras con un fuerte abrazo. Uno bien sincero de esos que duran más de tres segundos. Nos despegamos y nos miramos. Pedimos una cerveza cada uno y brindamos sonrientes.

"Borrón y cuenta nueva"- pensé.

Fue necesario que yo tuviera que viajar casi 400 km. para encontrar a la vuelta de la esquina esta segunda impresión que muy silenciosamente te regala la gente.
Era muy necesario y lo volvería a hacer.

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