Todos los Domingos me acuesto contenta, rodeada de amor y de tus brazos.

Sobre todo cuando hace mucho frío.
¿Sabías que me gusta el frío?

Bueno, me encanta sentir el viento otoñal y muchísimo mejor es el invernal.
Los Lunes a la mañana me despierta esa música que me devuelve al mundo rutinario, me obliga a calzarme los zapatos y enfrentarme a la vida de oficina.

Me subo al colectivo y paso mi tarjeta para pagar el valor del boleto. ¿Todos los días me reduzco a ésto?

Me bajo del colectivo y al caminar siento mis piernas cada vez más pesadas, como dos bloques de concreto que no me permiten avanzar con fluidez.

Me siento en mi puesto laboral y sé que mi cuerpo está acá.

Pero mi alma no.
Mi alma no.  Mi alma no.  Mi alma no.  Mi alma no.  Mi alma no.

No me quiero dejar morir acá.


Siempre es la misma angustia que me ataca los Lunes. Siempre. 

Los días Lunes a mi me sacuden. Me obligan a moverme un poco de mi zona de confort, me obligo a abrir millones de pestañas del buscador y me permito explorar aquellas cosas que sé que me hacen feliz.

¿Y sabes que pasa después?
Llega el día Martes. Y todo ese acto de valentía seguramente fue un atisbo de libertad, seguramente me confundí.
Seguramente yo sirva para trabajar para pagar cosas banales.
Seguramente.

Y de nuevo, sobrevivo hasta el próximo Domingo.


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